Miedo m. 1 Perturbación
angustiosa del ánimo por un peligro real o imaginario. 2 Recelo o aprensión que
uno tiene de que le suceda lo contrario a lo que deseaba.
Estoy sentado
en una mecedora en el porche de mi casa. Masco tabaco, bebo licor y tengo un rifle
a mano. Paso aquí los días culpando de todo al poder. Recuerdo a Huxley y eso
me da fuerza para levantarme y dirigirles la palabra: “Tiempos difíciles éstos en los que hay que defender lo obvio.”
Uds
disculparán esta pequeña chapa con la que me propongo obsequiarles desde esta
prestigiosa publicación, pero en aras del respeto a la inteligencia, no parece
quedar otro remedio: Queridos compatriotas, vayan preparándose para esta
obviedad: Vivimos tiempos excepcionales
y mucho me temo que, en los próximos meses, se van a reforzar considerablemente los
intentos de mantenernos a todos acojonados como a colegiales idiotas.
¿Recuerdan
uds el tren de la bruja? ¿Esa magnífica atracción de feria de pueblo en la que
un pequeño trenecito lleno de niños aullantes recorría un circuito, mitad al
aire libre, mitad dentro de un túnel oscuro, en el que una bruja decía ¡buuhh! y daba escobazos a los pasajeros?
Pues así es nuestra relación con el poder; periodos al aire libre en los que
saludamos alegremente a los papás que nos ven desde fuera y periodos oscuros,
de pasar miedo e incertidumbre, en los que quedamos a merced de la mala bruja
que nos asusta envuelta en la oscuridad.
No hay nada
nuevo bajo el sol. Es una práctica que se lleva ejerciendo desde la noche de
los tiempos por parte de quienes dominan el mundo. Saben que el miedo es un arma poderosa para
lograr que las sociedades respondan de la manera adecuada a sus intereses. La
historia de de la humanidad está repleta de ejemplos.
Los que meten
miedo saben bien lo que hacen. Apelan a lo más profundo del ser humano. El
miedo nos viene de esa parte de nuestro cerebro que aún es casi reptil. Viene
de la amígdala, que es la que nos prevenía
cuando se nos acercaba cualquier fiera. Decía: “Cuidado, viene un león hacia ti”. Eso nos salvaba la vida y estaba
bien. Pero los que controlan el gran rebaño que es la humanidad aprendieron
hace mucho a manejarlo. Saben que la sola mención del león hará el efecto
deseado. Les lleva funcionando de maravilla desde hace siglos.
Nos
aterroriza la posibilidad de perder lo poco que cada uno tenemos y por eso
somos tan vulnerables a los miedos con los que nos controlan. Basamos lo que
somos en lo que tenemos y nos inspira verdadero pavor perderlo. Brindo al sol y
digo que cuanto mejor sería basarnos en
lo que somos. En lo que nadie nos puede quitar.
Pero no nos
han educado en ese pensamiento. Nos han educado como a ratas de laboratorio.
Animalillos perdidos en un laberinto en el que coger determinados caminos se
premia con descargas eléctricas. Nos enseñan con el miedo a las descargas por dónde no debemos ir, qué cosas no
debemos cuestionar. Los que mandan saben que dominar las mentes es dominar
las conductas. Y por “los que mandan” no me refiero sólo a esos capataces de
plantación de algodón que son ahora los políticos.
Vivimos una época en la que el derecho a la
información está secuestrado. Esto es un hecho frío. Es cierto que hay entre la
gente una sospecha generalizada acerca de la podredumbre del sistema, pero la
opinión pública no existe. Lo que tenemos es la opinión mediática, un caldo de
cultivo que nos amansa y nos dirige. ¿Sabían uds. que el 70% de la información
que digerimos en todo el planeta –satélites, tvs, cine, radios, internet y
cabeceras de prensa- proviene de enormes grupos de empresas en manos de sólo
siete dueños finales?
Al modesto
entender de este periodista que sabe que su profesión ha desaparecido, sólo nos
queda un recurso: Olviden los medios tradicionales –su consigna en los próximos
meses va a ser la doctrina del shock, el
burdo ¡Buuh! ya tan trillado- y echen un vistazo a la historia. Y en la
historia incluyo el revisar informativos televisivos del periodo 2000-2014, un
auténtico flipe. Comprueben la historia estimados lectores, es la única
oportunidad de mantener viva nuestra capacidad de pensar con cierta libertad. Vivimos
en la época de la humanidad con mayor posibilidad de auto información. No hay
excusas.
Desde luego,
los que consulten la historia de nuestra época en los años venideros, leerán acerca de nuestro comportamiento en
estos tiempos difíciles y nos juzgarán por él.
Y ya me
vuelvo a mi porche. No pido perdón a quién se pueda sentir ofendido por las obviedades
que he dicho. No necesito el afecto de esas personas que insisten en negar lo
que es manifiesto. Escupo el tabaco, bebo el licor y aún tengo mi arma a mano. Soy
el pesimista que morirá de risa. Me balanceo tranquilamente en mi mecedora y seguiré
pasando los días culpando de todo a los que mandan en el mundo.