viernes, 13 de enero de 2012

LO ESPAÑOL Y YO Autoanálisis del patriotismo: Bochorno, indignación y aceptación

Al marino español, cuando le dan de beber, o le han jodido o le van a joder
(Cita extraída de “Trafalgar” de A, Pérez Reverte)



Soy español desde pequeño. Es algo que no pude elegir. La primera toma de conciencia del asunto surgió de una conversación con mi padre. Todo resultaba un tanto confuso. De hecho, una de las conclusiones de aquella interesante conversación fue la de que Franco había sido el responsable de la expulsión de Napoleón de nuestras tierras, tras los terribles hechos del 2 de mayo en Madrid. Toda aquella algarabía de datos debió dar vueltas en mi cabeza generando un patriotismo surrealista del que todavía hoy no me he librado del todo.
Cuando era algo mayor, no sé, unos seis o siete años, empecé a viajar con mis padres al extranjero. El primer destino fue Londres y allí empezó a forjarse lo que ahora llamo el periodo del bochorno, en el que comprendía perfectamente cuán cutre era mi país. En esa primera salida al extranjero, hube de defender el honor patrio en su, digamos, mi primer encuentro internacional. Mis padres me dejaron unos días en casa de un amigo suyo de Londres. Ese amigo tenía un hijo de mi edad y ese hijo tenía su pandilla de suburbio londinense. Allí me vi obligado a sostener algunas disputas físicas de las que salí con desigual fortuna. Recuerdo pensar que, al menos, había demostrado gallardía en todas las peleas y me reencontré con mis padres después de haber arrancado a aquellos hijos de la gran bretaña la calificación positiva de “no pareces español” .
“No pareces español”, a mi aquello me parecía bien. Si ser español era algo vergonzoso, pues adelante ¿no? Empezaba a desligar mi persona de mi nacionalidad.

El índice del césped
Al viaje de Inglaterra le siguieron otros; Francia, Bélgica, Suiza… partir de esas experiencias comencé a sacar mis propias conclusiones. Al final todo lo reduje a una cosa: Al césped. Descubrí que todos los países que molaban más que España tenían muchísimo más césped por todos lados que nosotros. Yo venía de Madrid, donde algo de césped había, sí, pero siempre acompañado de los carteles de “prohibido pisar el césped”. Había muy poco y era malo, cutre, ralo…un césped de quiero y no puedo. Por el otro lado, en Londres o en París uno iba a cualquier parque y, además de estar lleno de enormes praderas de hierba verde, fresca, blanda y apetitosa, la gente, que iba siempre vestida de forma mucho más molona, lo pisaba, se tumbaba, se dormía y hasta hacía fiestas encima. Así elaboré algo que aún hoy sigo utilizando: El índice del césped: País rico e importante: mucho césped / País pobre e insignificante: poco césped.
Años después, cuando la que era mi ciudad, Madrid, empezó a llenarse de parques y de césped, pude ver como aquello coincidía con la primera etapa de desarrollo económico y social español tras la llegada de la última democracia, por lo que me pareció, y aún me parece, que el índice del césped es un magnífico indicador de estos temas.
Lo cierto es que mi me jodía que mi país fuera de los cutres. No se lo decía a nadie, pero me jodía. Era algo que todos los amiguetes sentíamos. Daba igual que en el colegio se nos hablara del descubrimiento de América, o del imperio europeo de Carlos I, o del Gran Capitán. ¿Quién demonios era esa gente? ¿Salían en alguna peli? –No, la respuesta era No. También había algunos abuelos venerables que querían contarnos cosas de Alí Bey, Don Blas de Lezo o del navegante Urdaneta, pero ninguno de esos, así nos parecía, podría sacar más rápido que Ringo Kidd. No, estimados lectores, la españolidad de aquél periodo del bochorno se ponía en liza en situaciones como Eurovisión o los mundiales de fútbol. Siempre dábamos una imagen lamentable. Los más avezados, los más modernos e internacionales de entre los españoles, escapaban de aquello declarándose desde el principio como una suerte de apátridas incapaces de apoyar a Micky (el hombre de goma), Mocedades, Peret o Remedios Amaya en sus desventuras eurovisivas. Pero qué cojones, tenían toda la razón, era obvio que molaban mil veces más los Beatles o los Rolling (sí, digo “los rolling” no “los stones”) o cualquier grupo que sonara a inglés.
¿Y con el fútbol? Uno se sentaba junto a sus padres a compartir –como buenos españoles- el bochorno de serlo. Los españoles siempre éramos bajitos, bastante chuscos y siempre perdíamos en todo. Yo llegué a pensar que existía una ley física que hacía que cuando un español competía con cualquier extranjero, el primero tendía a perder irremediablemente. Las cosas americanas, inglesas, alemanas o japonesas eran estupendas y el “made in spain” –maid in espain- era como la antesala de algo que iba a fallar.

55 días en Pekin
¿Qué más decir del “periodo del bochorno”? Sólo un detalle más estimado e internacional lector; una anécdota: ¿Recuerdan uds. la película “55 días en Pekín”? Aquella en la que una cruenta rebelión de los chinos asediaba a una poco numerosa colonia internacional en Pekín. Esa de Charlton Heston, Ava Gardner y David Niven…. Pues bien, en esa película, que situaba los hechos en el año 1900, se hablaba de las “potencias internacionales” –“potencia”, qué palabra- y salían desfilando los soldados de esas potencias, se escuchaban sus himnos nacionales y se veían sus banderas. Mi sorpresa llegó cuando entre esas “potencias” aparecía España. Sí, salían soldaditos desfilando y la banderita, como los demás, como Alemania, Inglaterra, Estados Unidos…Yo quedé conmocionado ¿se habrían equivocado?. La película iba avanzando y llegaba una escena en la que los embajadores de las “potencias” se reunían para debatir sobre el incierto futuro de sus legaciones. Y allí apareció un señor con buen aspecto, canas y barbas blancas, bien vestido, que decía algo así como: “España no se rendirá jamás”… Algo dentro mío sintió un calor especial: ¿toda la gente del mundo que viera esa película, iba a oír a aquél español tan digno, elegante y valiente? Qué maravilla…qué gozo íntimo (porque la cosa era tan estúpida que cualquiera lo comentaba luego en el cole)
Años después me enteré por mi padre que la inclusión de esas referencias a lo español por parte de los productores de “55 Días en Pekín” , probablemente se debieran al hecho de que la película se había rodado íntregramente en Las Rozas (Madrid). Aquí mi padre me compensó lo de Franco y Napoleón.

El periodo de la indignación
Así salí de la infancia. Tras atravesar el despiadado desierto del periodo del bochorno. Llegado a la juventud, muchos de mis amigos comenzaron a hacer viajes de estudios. Sobretodo al Reino Unido y a EE.UU. De allí volvían contando historias terribles: -No saben qué es España. Le pregunté a mi profesor y me dijo que España debía estar al sur de Méjico…Qué rabia me causaba aquello. Otro amigo llegado de EE.UU me contó que su familia de acogida le preguntaba si en España teníamos electricidad en las casas y coches y ese tipo de dádivas del desarrollo…más y más dolor. El periodo del bochorno había terminado. Llegaba el periodo de la indignación, la era de la ira. ¿Cómo un puto profesor de colegio yankee de mierda –al que cabría suponerle una formación de cierto nivel- no sabe que quién pagó el viaje del descubrimiento de América de Cristóbal Colón, de Christopher Columbus, fue la jodida Corona de Castilla? ¡Joder!
Esa primera juventud coincidió con la entrada de España en la Comunidad Europea. Una magnífica oportunidad para ver en todos los medios informativos a nuestros representantes pasear el palmito español por ahí. Se había terminado la exclusividad internacionalista de eurovisión y los mundiales. Ahora había también banderitas y españoles en salas de conferencias y palacios. Les dejaban sentarse con todos los demás. Por supuesto que seguíamos siendo bajitos y seguía ahí, siempre pendiente, el tema de Gibraltar.
En esta etapa de la indignación yo comencé también a hacer mis primeros viajes internacionales sin la tutela de mis padres. En todas las relaciones que establecía con extranjeros, éstas empezaban con el típico “where do you come from?”
-From Spain, España, contestaba siempre levantando el mentón cuanto podía.
Solía llevarme como respuesta esa aseveración que ya me empezaba a dar un poco por el culo “Ah, pues no pareces español”. Me dolía España.

Los locos 80 y el gen maléfico
La juventud iba pasando y mi cultura –poca o mucha- iba creciendo. Me interesaba particularmente la historia y empecé a darme cuenta de ciertas cosas. Desde luego España había tenido un papel muy importante en la historia, aunque de eso hacía muchísimo tiempo y no parecía que ahora se acordara nadie, ni que nos fuera demasiado bien. Resultaba obvio que este país había tenido muy mala suerte con sus gobernantes desde hacía unos cuantos siglos. Pero habían llegado los locos ochenta y empezaban a pasar algunas cosillas; Un tal Garci ganó un oscar de Hollywood por una película que yo no vi hasta muchos años después. Nuestra selección nacional de baloncesto hizo una auténtica machada en las olimpiadas de Los Angeles. El golfista Severiano Ballesteros también ganaba cosas y decían que los ingleses le apreciaban mucho. En los foros económicos se comentaba el milagro español, la modernización de los pobres españoles…¿Estaban cambiando las cosas? Parecía que en cierto modo sí, la verdad es que no demasiado: El tufo aún se mantenía.

Reparé entonces en otra cuestión. Desde los medios de información me llegaban noticias sobre los países de Hispanoamérica. Todo les iba aún peor que a nosotros. Me llegué a plantear si existía un gen maléfico en todo lo hispano. Algo que les habíamos dejado a los pobres argentinos, mejicanos, chilenos…desde luego no se merecían eso. Me planteaba porqué las antiguas colonias inglesas funcionaban tan bien (EE.UU; Canadá, Australia, Nueva Zelanda…) y los países que habían tenido algo que ver con nosotros iban tan mal. Así empecé a investigar y llegué al fondo de la cuestión: La famosa Leyenda Negra Española:

Desde la destrucción de nuestro imperio y el posterior relevo en la supremacía mundial por parte de franceses y sobre todo anglosajones con su último y poderoso tentáculo jolibudiense, toda la historia había sido meticulosamente tamizada para borrar cualquier vestigio positivo, no sólo de España o lo español, sino de cualquier país latinoamericano. Se ocuparon de minimizar detalladamente cualquier logro realizado por personas de apellido español y de maximizar cualquier estupidez con tal de que la hubiera hecho alguien llamado, digamos, Mortimer. Cuando los países latinoamericanos fueron logrando su independencia, heredaron los problemas existentes con ingleses, franceses y norteamericanos. Pasando ellos a pelear por su cuenta contra esos monstruos crecientemente poderosos y, como nosotros antes, perdiendo de forma habitual contra ellos.
Comencé a sentirme muy cercano a todos estos países, a darme cuenta de lo parecidos que éramos y a disfrutar con la enorme cantidad de cosas interesantes –al menos, igual de interesantes que las que ofrecía el mundo anglosajón- que nos ofrecían.


El periodo de aceptación
Actualmente estoy en la época de la aceptación, de la tranquilidad y la placidez. Afortunadamente dejé atrás la estúpida autoinculpación que sé que he compartido con muchos integrantes de mi generación (algunos, me consta, aún la sufren) Ahora reclamo el orgullo que nos habían quitado. -“África empieza en los Pirineos” A. Dumas dixit- . Igualmente reclamo el derecho a sentirme orgulloso de ser español sin tener que acercarme a los patriotas chuscos y traicioneros de toda la vida y sin españoladas vacías, ni panderetas chirriantes. Yo soy español de Unamuno, de Sorolla, de Arturo Barea, de Ramón y Cajal y de Benito Pérez Galdos. Soy español de la II república, de Blasco Ibáñez, del valiente Blas de Lezo, del fabuloso navegante Urdaneta o del científico Malaspina. Soy español como antes lo fue mi padre. Como antes lo fue mi madre y como lo son una gran parte de mis amigos. Soy español porque nací aquí y sé como van las cosas en este sitio –como antes lo supieron todos los personajes que he mencionado, víctima de la admiración-.
Hablo una lengua cojonuda que compartimos, no sé exactamente, ¿cuatrocientos millones de personas? He aprendido a cantar rock en español porque los argentinos me han enseñado a hacerlo. Mi biblioteca está petada de autores americanos que escriben en castellano. Adoro las rancheras, las milongas, y su puta madre. No me cae bien el gobierno yankee. Preferiría mil veces estar aliado con sudamérica que con la ultra civilizada Unión Europea que nos está inflando con sus reglas absurdas que parecen querernos convertir a todos en imbéciles. Todo eso.

Ya me siento tranquilo. En mis viajes por el extranjero me conduzco con toda la elegancia que puedo y exhibo una cierta bizarría. Ahora ya me puedo concentrar adecuadamente en las cuestiones que verdaderamente hacen de mi un verdadero español: Eurovisión y los Mundiales del fútbol.

“El ideal de todo español es llevar en el bolsillo una carta foral con un solo artículo: Este español está autorizado para hacer lo que le dé la gana” Angel Ganivet

3 comentarios:

  1. Que gran reflexión. Y ojalá nuestros hijos sean españoles de Unamuno, de Sorolla, de Arturo Barea, de Ramón y Cajal y de Benito Pérez Galdos.... y de Reverte, Rojas Marcos, ...
    Necesitamos educarles en conocer sus orígenes para sacarles de la mediocridad en la que están sumergidos. Eso es educación sacar lo mejor de cada individuo, enseñar a pensar.

    Abrazo Consigliere.

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  2. Mágnifico artículo, Sr. Lefer. De lo mejor leído en Pesca & Blues.

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  3. Querido Sr. Lefer. Aquí le dejo la correcta secuencia del duelo habitual.

    http://es.wikipedia.org/wiki/Modelo_de_K%C3%BCbler-Ross

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