sábado, 16 de marzo de 2019


Pesca&BluesFernando Rodríguez.


EVOLUCIONISMO


Explorando un desierto del sur de Europa una calurosa  mañana de primavera,  me veo obligado a repostar. Lo hago en un bar nacional. Muy nacional. Con todos sus extras:   Adornos navideños derritiéndose  inexorablemente  sobre las estanterías. Máquina traga perras creando alegre  cacofonía con la televisión desde la que escupe sus mierdas Ama Rosa. Cinco parroquianos nada rumbosos. Dos de ellos con moscas. Las afrontan con dignidad de ñus del Serengueti. Pocos con café, otros  varios con el coñac. Parece que afrontan una jornada larga sobre las altas banquetas. Camarero no muy aseado, con legañas de poco dormir y poco ducharse. Bandera roja-amarilla-roja  y escudo del real mandril. Grasa en las estanterías protectoras de tapas. Suelo lleno de porquería.  A pesar de que es obvio que lo posee en abundancia, el camarero me mira con cara de “no tengo mucho tiempo” tras no responder a mi saludo. Dejo mi salacot en la barra, le hago el pedido vocalizando mucho y se aleja arrastrando los pies y mirando a la tv.  Por ahí sale una política progre. El camarero regurgita unos insultos en voz alta y casi todos los parroquianos celebran sus elaborados comentarios.  Un currela apura su café y su tostada con jamón y se va para el tajo. No participará, por tanto, en  el presente estudio.
Los demás están inquietos. Olisquean. Se barrunta en el ambiente una falta. Algo esperan todos estos ejemplares de gañán. Se oye una furgoneta. Llega el que reparte la prensa.   Trae El Mundo, el Marca y la Voz de Almería. Saluda con la cabeza y los ojos muy abiertos. Deja los periódicos en una esquina de la barra y sale rapidito. Los parroquianos se van acercando poco a poco. Tienen interés. Anoto alborozado en mi cuaderno de campo que a todos se les daba por supuesto el dominio del fuego,  así como el uso de los metales, pero también son capaces de beneficiarse del entendimiento de registros literarios. Son tres los que inician movimiento, pero se diría que dos de ellos se ralentizan voluntariamente,  ceden el paso con sumisión al más dominante. Este se acerca y, triunfante,  alza en su mano el “Marca”. Es el Alfa, grande y gritón. No hay hombre más hombre que él.  Los demás se pelean por las sobras. El Beta, también grande, pero menos decidido,  se hace con “El Mundo” tras gruñirle, eso sí, al más débil, que se retira avinagrado a su taburete con “La Voz de Almería”. Anoto que la hembra no ha participado en la disputa. Ha sido pura selección natural. El camarero sube la  tv porque empiezan a hablar de una asesina de niños. Ahí sí, la hembra, una peluquera de enormes tetas,  golpea la barra  y comparte a gritos su opinión pidiendo la instauración de la pena de muerte. Y lo subraya con un “Y que sea lenta y dolorosa”. Ha derramado su bebida con el golpe. El macho alfa levanta la mirada del Marca. Se encuentran sus ojos con los de la peluquera.  Él, muy canallita,  le guiña uno. Ella recibe el gesto y, ruborizada, repite musitando “lenta y dolorosa” mientras baja la mirada al suelo con candidez. Ahí va a haber reproducción, alguien va a transmitir sus genes a alguien, me digo sorbiendo el café.  Vuelvo a mi cuaderno para registrar mi pensamiento final y escribo febril:   Es insostenible pensar que una deidad haya sido capaz de crear gañanes tan potentes, tan sofisticadamente estultos. Sólo la adaptación de una generación tras otra, repitiendo errores y conductas demenciales,  puede dar lugar a algo tan perfecto.



CUATRO COSAS SOBRE EL DINERO F. Rodríguez. Pesca&Blues


1/ Recuerdo haber quedado conmocionado en una ocasión con la noticia de una celebración. El protagonista del evento era uno de esos genios del fútbol con cara de simio (vaya siempre por delante mí respeto a los simios). La cuestión era que el futbolista este, dotado de una potente dentadura y una expresión de inteligencia que podría rivalizar con la de una oveja, celebraba su fiesta de cumpleaños rodeado de su grotesca pandilla de compinches. Esta estrella del balompié nunca había destacado por su don de palabra, ni por su inteligencia, ahora eso sí, el tipo jugaba como un demonio y cobraba en consonancia. La mencionada fiesta en honor del obtuso crack saltó a los medios por la afluencia de putarracas que perseguían a todos los futbolistas que se congregaron allí. Por lo visto, habían llegado desde toda España para aquel fiestón al que no fui invitado. Y  usted tampoco.
Vestidas con sus mejores y más insinuantes galas, se las veía bajar de cochazos y dirigirse muy sonrientes hacia la gran mansión en la que tendría lugar la fiesta. Los compañeros del astro se frotaban las manos, se daban codazos entre sí y hasta a alguno se le escurrió una baba.
Ahhhh, las mujeres de los futbolistas que los aman. Se enamoran perdidamente de ellos. Mujeres como catedrales que se juntan con tipos chuscos, pequeñitos, feos y bastante necios porque se enamoran de ellos. Ya. 
2/ Acudía de vez en cuando a la sucursal de mi banco. El tipo de la ventanilla apenas levantaba los ojos al saludarme mecánicamente antes de atenderme sin cordialidad alguna. La directora de la sucursal era para mí un ser enigmático. En una ocasión en la que hube de invocarla para tratar con ella uno de mis  asuntos pequeños, vi como le informaban de mi problema en su despacho. Me miró fugazmente desde detrás de su mesa, comprobó mi saldo y le dijo a su esclavo que se ocupara él de mi estúpido asunto. Tiempo después me llegó aquella herencia inesperada. Yo, un tipo sin experiencia en lo concerniente a la posesión de dinero –y mucha menos experiencia aún en lo concerniente a mucho dinero- fui a mi banco habitual. Esperaba la atención de siempre, pero ante mí se tendían alfombras rojas y se arrojaban pétalos de rosa. La directora me hizo entrar en su despacho casi a la fuerza y ordenó a uno de sus esclavos que me trajera un café. Me peloteó durante una hora y media y salí de allí con un montón de parabienes, propuestas financieras que debería “consultar con mis asesores” (imagino que se refería a mis colegas), dos vajillas, cuatro toallas, un ordenador portátil y unas entradas para los toros.
3/ Amistad y dinero…agua y aceite. Eso reza la sabiduría cinematográfica de la que tanto mamo. Cuando nos mantenemos en una condición, digamos habitual, en lo económico –es decir, pobres como ratas- estamos bien dotados para repeler la acción de cualquier amigo que se acerque con intención de darnos un sablazo. Pero cuando de forma inesperada –y seguramente inmerecida- nos cae una suma, entonces nos volvemos vulnerables. No sólo no nos acosan las putarracas esas de la tele –cosa que aún me indigna- si no que empezamos a comprender al dickensiano Ebenezer Scrooge. Comprendemos que quizá el tipo no era tan miserable como le pintaban todos aquellos desarrapados que no tenían dónde caerse muertos. ¿Es que no le podían dejar en paz con sus constantes peticiones? Qué gentuza. Así y todo, si un colega nos pide pasta cuando la tenemos, pues, ¿qué vamos a hacer? Se la damos, ¿no? Y ahí vas tú, arrancándote parte de tus entrañas le das al colega esa pasta. Le ves como se aleja, dando saltos de alegría… Te la dio… Se aleja con el sable ensangrentado y tú te quedas ahí, con una herida abierta. Veremos cómo recuperas ese trozo de tus entretelas…agua y aceite, agua y aceite…
4/ Muy de acuerdo con Oscar Wilde cuando decía: “Es mejor tener ingresos fijos que ser fascinante”