sábado, 16 de marzo de 2019


CUATRO COSAS SOBRE EL DINERO F. Rodríguez. Pesca&Blues


1/ Recuerdo haber quedado conmocionado en una ocasión con la noticia de una celebración. El protagonista del evento era uno de esos genios del fútbol con cara de simio (vaya siempre por delante mí respeto a los simios). La cuestión era que el futbolista este, dotado de una potente dentadura y una expresión de inteligencia que podría rivalizar con la de una oveja, celebraba su fiesta de cumpleaños rodeado de su grotesca pandilla de compinches. Esta estrella del balompié nunca había destacado por su don de palabra, ni por su inteligencia, ahora eso sí, el tipo jugaba como un demonio y cobraba en consonancia. La mencionada fiesta en honor del obtuso crack saltó a los medios por la afluencia de putarracas que perseguían a todos los futbolistas que se congregaron allí. Por lo visto, habían llegado desde toda España para aquel fiestón al que no fui invitado. Y  usted tampoco.
Vestidas con sus mejores y más insinuantes galas, se las veía bajar de cochazos y dirigirse muy sonrientes hacia la gran mansión en la que tendría lugar la fiesta. Los compañeros del astro se frotaban las manos, se daban codazos entre sí y hasta a alguno se le escurrió una baba.
Ahhhh, las mujeres de los futbolistas que los aman. Se enamoran perdidamente de ellos. Mujeres como catedrales que se juntan con tipos chuscos, pequeñitos, feos y bastante necios porque se enamoran de ellos. Ya. 
2/ Acudía de vez en cuando a la sucursal de mi banco. El tipo de la ventanilla apenas levantaba los ojos al saludarme mecánicamente antes de atenderme sin cordialidad alguna. La directora de la sucursal era para mí un ser enigmático. En una ocasión en la que hube de invocarla para tratar con ella uno de mis  asuntos pequeños, vi como le informaban de mi problema en su despacho. Me miró fugazmente desde detrás de su mesa, comprobó mi saldo y le dijo a su esclavo que se ocupara él de mi estúpido asunto. Tiempo después me llegó aquella herencia inesperada. Yo, un tipo sin experiencia en lo concerniente a la posesión de dinero –y mucha menos experiencia aún en lo concerniente a mucho dinero- fui a mi banco habitual. Esperaba la atención de siempre, pero ante mí se tendían alfombras rojas y se arrojaban pétalos de rosa. La directora me hizo entrar en su despacho casi a la fuerza y ordenó a uno de sus esclavos que me trajera un café. Me peloteó durante una hora y media y salí de allí con un montón de parabienes, propuestas financieras que debería “consultar con mis asesores” (imagino que se refería a mis colegas), dos vajillas, cuatro toallas, un ordenador portátil y unas entradas para los toros.
3/ Amistad y dinero…agua y aceite. Eso reza la sabiduría cinematográfica de la que tanto mamo. Cuando nos mantenemos en una condición, digamos habitual, en lo económico –es decir, pobres como ratas- estamos bien dotados para repeler la acción de cualquier amigo que se acerque con intención de darnos un sablazo. Pero cuando de forma inesperada –y seguramente inmerecida- nos cae una suma, entonces nos volvemos vulnerables. No sólo no nos acosan las putarracas esas de la tele –cosa que aún me indigna- si no que empezamos a comprender al dickensiano Ebenezer Scrooge. Comprendemos que quizá el tipo no era tan miserable como le pintaban todos aquellos desarrapados que no tenían dónde caerse muertos. ¿Es que no le podían dejar en paz con sus constantes peticiones? Qué gentuza. Así y todo, si un colega nos pide pasta cuando la tenemos, pues, ¿qué vamos a hacer? Se la damos, ¿no? Y ahí vas tú, arrancándote parte de tus entrañas le das al colega esa pasta. Le ves como se aleja, dando saltos de alegría… Te la dio… Se aleja con el sable ensangrentado y tú te quedas ahí, con una herida abierta. Veremos cómo recuperas ese trozo de tus entretelas…agua y aceite, agua y aceite…
4/ Muy de acuerdo con Oscar Wilde cuando decía: “Es mejor tener ingresos fijos que ser fascinante”

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