sábado, 20 de marzo de 2010

Tiburones, musas y perros


La cala de la media luna. Es por la tarde. He venido hasta aquí para tomarme un descanso. No me apetecía hablar con nadie. Me sentía vago y quería disfrutar con las cosas que hicieran otros. La verdad es que tuve suerte porque era una de esas tardes en las que el sol resplandece por la orilla y el brillo se pasea arriba y abajo con las olas lentas. Además, como extra-bonus para una tarde de mirón, ella está ahí. Sentada al borde del mar con un enorme perro a su vera. Es preciosa, jipi y hace un calor de cojones en esta tarde almeriense que está acabando. De vez en cuando se levanta y pasea un rato, se mete un poco en el agua y demuestra cuan bella es. Se sale dejando que el mar le resbale por el cuerpo, sonriendo al perro y se sienta de nuevo junto a él. Es una jodida preciosidad que miro y remiro ya sin ningún disimulo más allá del poco que me proporcionan las gafas. El viento juega con su pelo castaño y los pocos que estamos en la playa disfrutamos muchísimo mirando la gracia de la musa que sólo está acompañada por ese gran perro que remolonea a su alrededor.
Parece un anuncio de Bacardi, pero de los buenos, de estos que te ponen en el cine antes de las pelis.
Esas son las cosas que uno encuentra en estas costas. Cosas que te pueden llevar a estados de deleite muy gratificantes. Que no hace falta participar de ellas, sólo con mirar basta.
Lamentablemente, no todos piensan así. En este escenario idilico irrumpe otro personaje: es un verdadero tiburón de playa. Viste también al estilo jipi tan de moda en estas tierras. Sin mariconadas, reconozco que el tío es atractivo; es alto, delgado, fibroso, está muy moreno -casi calcinado- y sus pensamientos se pueden leer como los carteles de una autopista: Inmediatamente, por encima de los otros ocupantes de la playa, se destaca a sus ojos la estampa de la bella musa que mira al mar con su perro.
El nuevo personaje es un viejo zorro. Calcula bien su jugada. No en vano se le reconocen numerosos éxitos en su sólida carrera de tiburón de playa en la submodalidad jipi enrrollado. Por que él lo vale y porque no es como los demás, hará algo distinto. ¿por qué interpelar a la musa con alguna sandez teniendo abierto otro puerto que los demás -borregos inexpertos- jamás usarían?
No es un tiburón cualquiera y hará valer su experiencia: Ha descubierto la puerta de entrada al paraíso sexual que esa musa sin duda le tiene reservado a él: El perro, el perro de la musa será la puerta de entrada.

Con los ojos entornados y la cara contraída en una mueca de depredador elabora su plan. Quiere que el encuentro con la musa sea casual, sin nada forzado. Lo cierto es que de nuevo tengo que reconocer que el tipo sabe lo que se hace. Aunque había irrumpido en la playa casi justo por detrás de la musa, acelera el paso a su espalda unos doscientos metros para aparecer en el posible campo visual de su objetivo en la orilla, lo más a la derecha que permite la pequeña cala. Desde ahí se acerca lentamente, como haciendo ver que ha surgido espontaneamente de las rocas. Se para de vez en cuando, fingiéndose absorto por alguna circunstancia marina, reanudando el paso con lentitud para volver a detenerse. Me admira su forma de echar el anzuelo, aunque la musa no demuestra aún ningún síntoma de interés.

A pesar de ello, como buen profesional, el tiburón sigue y sigue acercándose. Sabe que tiene un as en la manga que no fallará. Y efectivamente, ahí iba su baza, su as de la manga, saltando, ladrando y jadeando contento hacia el tiburón.

Nuevamente me siento admirado por el saber estar del tipo. Cuando ve al perrazo acercarse, en vez de titubear buscando una escapatoria como hubiera hecho yo o cualquier persona razonable precupada por su integridad física , él se agacha y con su sonrisa más encantadora recibe la embestida del enorme animal. Ambos ruedan aparatosamente por la orilla tras el golpe, aunque el tiburón sabe caer con cierto estilo, con una agilidad que sólo se puede adquirir practicando la capoeira.

Fue admirable. El plan del tiburón salía perfectamente. La musa mira en su dirección ... y ríe. El tiburón se da cuenta y redobla sus esfuerzos. Se deja, literalmente, la piel. El perro está ya asombradísimo de haber encontrado tan formidable y entregado compañero de juegos, por lo que también actúa más allá de lo normal.
Ambos generan un espectáculo impresionante. El se arrastra, gruñe, muerde y salta. El perro corre alrededor, se mete en las olas, se deja hacer cosquillas violentas... La musa mira de vez en cuando con simpatía. El tiburón ya lo da por hecho, pero no se confía. Aún jugará unos minutos más con el enorme animal entre el barro de la orilla antes de siquiera acercarse a la musa y dirigirle la palabra.

Mientras, los pocos espectadores de la playa ya no miramos a la musa. La épica que el tiburón nos logra transmitir a través de sus viriles juegos con el gran animal nos tiene a todos fascinados. Sin embargo, algo ocurre; la musa se ha levantado y se encamina al lugar de la violenta escaramuza playera. Es verdaderamente preciosa. El viento le pega la leve ropa que lleva y todos los mirones de la playa suspiramos por sus tetas.

El tiburón la ve e interrumpe -sólo por un segundo- sus juegos salvajes para echarle un buen vistazo, pero es un profesional y, animado por el vaivén de esas tetas que sabe que pronto serán suyas, redobla aún sus esfuerzos en los juegos con el animal. Este, por su parte, ha entrado ya en una escala de juegos que rayan en la violencia, por lo que el cuerpo del tiburón comienza a resentirse en forma de rasguños y dentelladas de intensidad media, pero no importa, está a punto de conseguirlo.

La musa se le acerca y se le acerca. Ya está a sólo unos pasos. El lo sabe y se plantea que, después de todo, no se lo pondrá fácil a la musa. La pelea con el mastín nos traslada a todos a sensaciones clásicas de una novela de Jack London. Ya hay sangre, tal es la intensidad en la que está envuelto el tiburón al que, no sin cierta jodienda, pienso que ya todos damos por triunfador.

La musa llega a su altura, se detiene sonriendo y hace una pequeña carantoña al mastín, que no le hace mucho caso porque ya sólo tiene ojos para el cuello del tiburón, que sin duda sueña con desgarrar jugando, sin maldad, como hacen esas cosas los perrazos.

El tiburón la mira desde el suelo logrando sonreír con cierta afectación mientras sujeta dificultosamente con toda la fuerza de sus brazos, plenos de babas, al mastín que se le tira a la yugular.

Toda la desolación del universo aparece en sus ojos cuando la musa, tras la leve caricia al perro, reanuda su camino despacio rumbo a la salida de la playa.

Todos nos hemos quedado boquiabiertos. La musa anda tranquilamente hacia el aparcamiento donde la espera su pequeño coche. Reparamos igualmente en que su culo es también un portento. Arranca y se va dejando una nube de polvo que se eleva en silencio.

Giramos entonces la vista hacia el tiburón que mira la escena desolado. Está roto. El perro sigue jugando frenético, empujándole entre las olas de la orilla, saltándole encima y mordiéndole.

Todos los testigos, aparte de mi, otras tres o cuatro personas y quizá uno o dos pajilleros, reparamos entonces en el error cometido por el tiburón: El perro no era de la musa. El jodido perro NO era de la musa. Todos reimos por lo bajo, no es para menos. Incluso nos buscamos con la mirada a lo lejos para compartir las risas. Las olas que aún golpean al tiburón parecen reir con nosotros. El perro -ajeno y elevado al paroxismo de la diversión por el tiburón de playa- insiste en sus juegos y no se explica porqué éste ahora le rechaza sin ningún interés y con brusquedad.

El tiburón mira entonces por turno a todos los que sabe que hemos presenciado su humillación. Yo le aguanto la mirada porque el cabrón lo tiene merecido. Por capullo, por mierda y gracias a Dios que no consiguió a la musa. Se sale de la orilla y echa a andar camino de San José empapado, lleno de babas, de barro y con el perro revoloteando a su alrededor. Parece que ha encontrado un fiel amigo que siempre le recordará su sonado fracaso en una tarde de sol en la media luna.

No hay comentarios:

Publicar un comentario