sábado, 20 de marzo de 2010

El jipi de costa nijareño: descripción, hábitat y una anécdota


En este parque sobrenatural de Cabo de Gata Níjar hay bastantes bares. Cada uno de ellos tiene sus cosas, sus costumbres, su música y, claro, su parroquia. En alguno en concreto, esta parroquia está compuesta de jipis. Al hablar de jipis en la costa nijareña, debemos dejar atrás conceptos como el flower power, el movimiento por la paz, la búsqueda de la felicidad en comunión con la naturaleza, o los bellos muchachos norteamericanos que se aseguraban de llevar flores en el pelo en caso de acercarse a Frisco.
No, la costa nijareña tiene la inmensa fortuna de generar un tipo de jipi muy distinto. Los de aquí viven en asentamientos como el de Tres Palmeras, la rambla de las Agüillas (de donde han sido expulsados recientemente por las fuerzas de orden, aunque según últimas informaciones algunos ya han vuelto) o el de la Cala de San Pedro (bahía cochinos, como dice un amigo mío).

Suelen vivir a bordo de viejos camiones reformados con bastante pericia y sus gustos esenciales les clasifican inmediata e irremediablemente como politoxicómanos. (A ver quién tira la primera piedra en este asunto)
Para hacerse una buena idea del rollo que llevan, éste no es muy distinto del que pueda tener cualquier otro homeless urbano. De hecho, la única diferencia con estos últimos, es que los jipis son mendigos de entorno rural.

Por si aún no ha quedado claro, a mi no me molan nada estos jipis, aunque evitando caer en generalizaciones ofensivas, debo decir que por supuesto que los hay buenos, faltaría más. Además debo reconocer que en realidad jamás he tenido un problema con ninguno de ellos. Nos ha jodido.

Sin embargo hay algunas características esenciales en el jipi nijareño que me parece imprescincible exponer en este texto costumbrista:
El jipi nijareño suele venir del norte de Europa, es guarro consigo mismo, suele ensuciar su entorno, es pendenciero cuando está mamado (es decir, todo el tiempo) y echa mano de cualquier objeto que permanezca descuidado el tiempo suficiente.

En fin, la verdad es que no hay nada nuevo bajo el sol. No son comportamientos de los que uno pueda decir que le sorprendan, o que nunca los ha visto, son cosas más bien habituales, pero la verdad parecen más propias de otros lugares, como guettos urbanos de extraradio o cárceles de mínima seguridad. Además, el entorno del parque sobrenatural da a sus costumbres un fondo que sugiere una inmediata incongruencia.

Basándome en casos reales, puedo hablar con justicia de uno de los temores que estos jipis pueden crear: El gorroneo, para mí, su caracteristica más terrorífica. Muchos son vampiros que chupan la sangre hasta que la víctima se lo afea, entonces se retiran indignados mascullando terribles ofensas del tipo "que poco se enrrolla este tío" o algo así (en el idioma que sea). Son gente que se dedica a gorronear sin fin. Viven trabajosamente de los demás

Otro tipo de vampirismo que practican es el de las almas. Buscan almas a quienes martirizar con sus interminables conversaciones, o mejor expresado, interminables monólogos. Buscan en las playas, en las calles, durante el día o la noche, alguien vivo a quién echar la chapa. Lo hacen sin piedad y sin mediar provocación o incitación alguna por parte de la víctima. (Este tema, el del vampirismo de almas, lo comparten con otros individuos que no tienen, necesariamente, que formar parte de los jipis y será tratado sin duda en P&B).

Precisando aún un poco más la descripción de las terribles chapas de estos individuos, su característica específica es la de que cada uno de ellos domina un tema a la perfección, atrapando en él a todo incauto desprevenido que cometa la imprudencia de acercarse. La víctima será avasallada durante lapsos de tiempo inhumanos con interminables charlas en las que los jipis, orgullosos, dejarán claras sus erudiciones sin pensar en absoluto en el malestar profundo que provocan.
Estos temas suelen variar entre las estrellas, los planetas o el cosmos en general; el zodíaco también es un clásico muy utilizado; el cultivo de marihuana, con todas sus pequeñas y sin duda interesantísimas peculiaridades químicas, es materia indispensable en sus monólogos y, por fin, su tema estrella: la criminal sociedad de consumo capitalista, de la que ellos, por su potencia mental y bravura vital, han sabido librarse, no como los demás, que somos todos gilipollas por no verlo. Hay una salvedad, éste último tema lo utilizan siempre y cuando no descubran la propiedad privada, en ese caso, son los primeros en tomar actitudes violentas hacia cualquiera que, por ejemplo, pasee despistado por zonas que ellos consideren como "sus tierras."

Sirvan todos estos datos como mera introducción de las impresiones que me generó el ambiente reinante en una noche de finales de octubre en un bar de Las Negras -considerada como la capital jipi del Parque Sobrenatural-.

Este bar, regentado por alemanes, recibe cada noche con valentía los empellones de una de las parroquias jipis más molestas de manejar desde dentro de la barra que uno se pueda imaginar. Al entrar y ver el ambiente, diría que éste puede recordar con toda justicia a una mezcla entre el bar que sale en La Guerra de las Galaxias, donde Luke conoce a Han Solo; los barrios bajos del Saigón de los 60; o el mercado de Baraka en el Mogadiscio de los 90... Mmmhh... ese ambiente que uno respira en cualquier guetto del mundo... ... Oh sí.

En cuanto a la parroquía, los hay tirados por el suelo, los hay que comienzan una discusión por una puta cerveza y los hay que gritan gemidos incomprensibles (yo creo que para oirse).

En un rincón hay una banda que hace un concierto acústico. Atacan versiones de Bowie con acierto, pero la parroquia jipi -en su delirio- les ignora por completo. A unos dos centimetros de la nariz del cantante, una mujer mayor y ajada se pelea con su pareja. Se empujan e insultan en alemán. Los músicos se inquietan y piden un poco de respeto. El chico, en una clara demostración de tacto y sensibilidad, coge a la vieja del pescuezo y la arrastra fuera con violencia. Ella se revuelve como una fiera atrapada y chilla logrando eclipsar el sonido de la banda.
Yo miro al dueño del bar y éste se inhibe por completo. La verdad es que no molesta tanto, da un rollo como del oeste y el llamar a los representantes de la justicia desde Las Negras resulta absurdo, por cuanto no llegarían al lugar del crímen hasta el día siguiente. Y que además paso yo mucho de llamarles.

Relajado por tal perspectiva, saboreo el espectáculo.

La vieja yace en la calle, pero tras sacudir la cabeza y recomponer sus ropas, se levanta como un resorte y vuelve a entrar con bríos renovados. Plantándose con decisión de nuevo a dos centímetros del cantante, comienza a emitir ese desagradable sonido con el que ella grita. Los perros de las cercanías protestan, con toda la razón, por que esa vieja les hace sufrir excesivamente con su emisión de raros ultrasonidos. Afortunadamente, otra vez la vuelven a echar, aunque esta vez el forcejeo es mucho más salvaje, ya que se suman a la expulsión otros jipis, de los cuales alguno resulta finalmente expulsado a su vez. Tal es la confusión en las escaramuzas.

Uno pensaría que es movida suficiente para un garito en el que hay, como mucho, unas veinte personas, pero en ese momento, otro colgao con gafas y cara de imbécil que estaba asido a la barra a mi lado, empieza a gritar como poseído mientras se mueve como con convulsiones junto a la barra. Tira vasos y empuja a otra jipi que intenta calmarle susurrándole con una voz increiblemente ronca.

Los músicos, temiendo por su integridad y la de su equipo, detienen la actuación.

En ese momento interviene Bronco, un jipi fuerte, con largas barbas y poncho a lo Clint Eastwood. Parece ocupar una posición de respeto en la comunidad. Empuja al imbécil del extraño trance hacia fuera, cruzándose en el camino con la vieja de antes, que tras haber sido expulsada por tercera vez, vuelve a entrar con rara determinación, para colocarse en el mismo sitio de antes (de donde el cantante, previsor, ya se ha retirado).

De esta forma, asisto a un continuo carrusel de jipis que entran de nuevo al bar tras haber sido expulsados por otros jipis que actúan como un improvisado servicio de orden. No logro detectar ninguna pauta concreta en las expulsiones. Tampoco acierto a distinguir bandos en litigio. Es un todos contra todos en el que las entradas y salidas se aderezan con forcejeos, gritos, lamentos y aparatosas caídas que arrastran bebidas, vasos, mesas y otros jipis.

Pronto todo se vuelve tan confuso que algunos jipis no saben si están dentro o fuera del bar. Se da incluso el caso de un multiexpulsado que finalmente ha quedado inmovilizado, aunque tambaleante, fuera del bar y ve como Bronco, el que parece líder del improvisado autoservicio de orden, lo coge de nuevo del pescuezo sin miramientos y lo arroja dentro del bar. Después de eso, Bronco percibe que algo ha ido mal en esa, su última acción, por lo que decide buscar un poco de tranquilidad que le permita poner en orden sus ideas, retirándose a su rincón de la barra, donde le espera una mujer de mirada vidriosa que le pide fuego con insistencia.

Los integrantes de la banda que antes tocaba, han logrado poner medio a salvo su equipo sorteando los tambaleos violentos de los jipis y ahora se han unido al reducido grupo de espectadores que estamos acodaos en la barra. El dueño del local está con la cabeza baja dejando que su chica, que curra con él, pegue, por fin, los primeros gritos a la aberrante parroquia. Pero ya es innecesario, los jipis están ya exhaustos tras toda esa actividad. Alguno de ellos duerme en el suelo, otros tambalean vociferando hacia la playa. Parece que todo ha terminado, al menos en este bar y por esta noche. Así que pedimos otra cerveza y volvemos a nuestras cosas. Ha estado bien.

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