sábado, 20 de marzo de 2010

la llamada de lo salvaje (magnetismo telúrico)


Mariano e Inés están de vacaciones en el Parque Natural. Es invierno y no hay ningún puente o festividad a la vista. El tiempo está desapacible. Hace un poniente de cojones y en todas las orillas, justo donde rompen las olas, se forman una especie de infiernos provocados por la mezcla que el viento hace de la arena que arrastra desde el desierto, con las briznas de agua que arranca a mala hostia de las olas. Estamos en el Playazo, cerca de Rodalquilar.
Allí, precisamente, es donde Mariano ha arrastrado a Inés en esta tarde del frío mes de febrero.
Pero no precipitemos el curso de la narración: ¿de dónde salen estos dos? No hay mucha información al respecto. Sólo sé que son de Mandril. Les conozco porque hace dos noches estuvieron en el bar. Aparecieron allí porque Mariano había leído acerca de nuestro bar en “El País semanal EP[s]” y había tenido la suerte -no común a otros lectores de la misma publicación- de encontrar el garito.

Durante el invierno, el trato con los clientes es como más cercano. Eso, desde dentro de la barra, tiene un grave peligro, que es el de que el cliente se torne en una especie de demonio castigador en forma de paliza, de chapas, pero no. El caso de Mariano e Inés es distinto. Son buena gente, aunque sin mucha chispa la verdad, pero buena gente.
A Mariano le han regalado una estancia de una semana en un hotel de Rodalquilar. Nunca había estado por aquí, pero la magia del lugar ya le ha fascinado. Le ha fascinado hasta el punto de que no puede dejar de hablar de ella. Todo el rato con la magia por aquí y la magia por allá, que qué sitio más especial, que si es telúrico, que si nota ciertos magnetismos...

-¿no los notais, vosotros, eh, los magnetismos?

A Mariano también le ha dejado la mujer hace poco. Afortunadamente, a sus 40 y pico años no tenían aún hijos. Y así Mariano, en pleno proceso de recuperación, ha venido a la costa nijareña de Almería con Inés, una chica de su oficina con la que se ha liado.

Yo pienso que a Inés le gusta Mariano menos que a éste Inés. Ella es más jóven, tendrá unos 35, y no los lleva del todo mal. Aunque tengo que reconocer que viéndoles juntos, uno no se ve ante la típica pareja rumbosa. Mariano es rechonchillo y peludete de cuerpo, que no de cabeza, asolada ésta como está por la alopecia. Ella es pequeñita, con el pelo lacio y como cara de pena. Más bien parecen salidos de algún cursillo para parados. Como diría un amigo mío que es muy triunfador, “tienen pinta de fracas.”

Pues ya digo, después de haber intimado con ellos en el bar hace sólo dos noches, tengo ahora la oportunidad de espiarles desde una altura que domina el Playazo.

Hace un frío de cojones, está nublado y ha llovido hace menos de media hora. El poniente me estaba haciendo plantearme seriamente largarme de aquí. Y eso que he venido más que bien pertrechado con una buena chupa de altas solapas y un buen termo de café con leche español que voy alternando con los preceptivos porros.
Pues eso, que a pesar de todas mis sabias medidas de supervivencia extrema, el poniente me está haciendo plantearme una retirada. Encontrándome yo en estos pensamientos, veo llegar un renault laguna azul. De él se bajan los dos personajes que reconozco inmediatamente: Son Mariano e Inés. Eso me decide a quedarme un rato más. A ver qué hacen estos dos aquí con el frío que pela.

Mariano, según se baja del coche, anda unos pasos y abre los brazos en gesto de gracias a la inmensidad del oceano. Inés, claramente incómoda por el frío, se ajusta el abrigo rojo y se cala un gorro de lana hasta las cejas. Mariano la mira y le recrimina que no entre en conjunción absoluta con la naturaleza, como hace él. Ella no contesta, permanece abrigada y no quiere decir palabra alguna que pueda alargar esta absurda estancia en la playa en un día de perros como este.
Mariano, libre, se encamina a la orilla. Inés, que ya perdió la esperanza de volver a embarcarse rápidamente en el coche, se aleja de éste y sigue a Mariano a pocos pasos.
Mariano, salvaje, comenta lo feliz que sería él de poder dejar mandril y su mierda de trabajo y vivir todos los días así: libre y salvaje, como él en realidad es.

Ante la sorpresa de Inés, Mariano se despoja de la chupa abandonándola en la arena con despreocupación mientras camina en dirección al mar. Ella parece comenzar a comprender lo que se le viene encima. Recoge la prenda de su pareja del suelo y le sigue sin atreverse a decir nada que pudiera espolear el salvajismo de mariano.

El, que sabe que su pareja anda detrás, decide interiormente darle a ella una lección de lo que es la completa sintonía con la naturaleza, qué coño con la naturaleza, con el propio cosmos joder.

Así es como decide que se va a bañar. Ya verás como se va a quedar la tía esta conmigo, lo va a flipar -parece decirse para sus adentros, y continua mientras se acerca a la orilla: definitivamente, este lugar tiene algo...no sé...llámalo energía o magnetismo, o no...mejor telúrico, algo telúrico...sí... una energía telúrica...

Con esto en la cabeza, Mariano se gira hacía Inés con la intención de transmitirle su hallazgo, de compartirlo con ella, pero un primer vistazo le desanima. Inés le sigue dando pequeños e inseguros pasos sin levantar la vista del irregular suelo que pisa, evitando los charcos que él pisa, completamente a propósito, demostrando una actitud de la que ella carece.

no todos somos iguales...sólo algunos seres vivos percibimos estas cosas, es como un instinto animal...yo soy un animal, pero es que vivo en la ciudad y así, pues claro, no puedo ser felíz sin los telurismos, sin esta energía que sólo los salvajes podemos comprender...

-pues me apetece darme un chapuzón -declama flipando con la nueva seguridad que ahora disfruta

La verdad es que Inés se lo temía. Si ya sabía ella que este era un notas. A pesar de ello intenta evitar el mal rato.

Pero Mariano, kari, que hace muchísimo frío....y mira que olas, que se te llevan pa dentro
Venga, venga, si son muy pequeñitas. Tu es que no me conoces, pero yo es que soy así, que me dan ganas de bañarme y me baño....una vez en la Pedriza con Alfonso...
¿Y si te pasa algo yo que hago aquí sola? -interrumpe Inés desesperada-
Pero mujer, hay que ver como eres -se molesta el salvaje Mariano mientras se despoja del jersey- además -dice señalando hacia mi sin reconocerme- mira, allí hay un señor ¿ya está no?

Inés no ha quedado satisfecha, pero Mariano ya pugna con los pantalones, en breve estará desnudo y ella, santo cielo, ¡no puede hacer nada!

-guárdame la ropa anda -dice Mariano con gesto de conquistador que parte a las cruzadas.-

Ante la nariz de Inés, encima del resto de la ropa, yacen ahora los calcetines y los gallumbos de color carne de Mariano. Como hace mucho viento, ella se ve obligada a aplastar el burruño de ropa poniendo la mano en las prendas íntimas de Mariano. Descubre en ese preciso instante, que jamás podrá amarle.
Ajeno a todo esto, Mariano se acerca, desnudo y decidido a la orilla. Por supuesto mete barriga y trata de sacar miembro, pero le salen mal ambas cosas. Su estampa es lamentable

-ahí voy -anuncia orgulloso.-

Su primer pie entrá en contacto con el agua. Está absolutamente helada. Un escalofrío le sube por la espalda y estalla en su cuello. Le da un temblor súbito e incontrolable y su organo reproductor se encoge visiblemente. Aterrado, se gira tratando de recuperar el control y la sensibilidad de su pie y le da el reloj a ella. Ese gesto le ha permitido retrasar lo inevitable unos segundos, pero sabe que deberá zambullirse en ese mar helado y agresivo que ruge ante él. De otra manera, toda la admiración que ahora despierta en Inés desaparecerá.

-Olvidé quitarme el reloj -se excusa fingiendo una sonrisa mientras disimula los temblores.

Inés está pasando uno de los peores ratos de su vida. Este energúmeno, que la ha traido hasta aquí en un día como este, que le ha dado sus calzoncillos color carne para que se los guarde y que encima anoche se quedó como un lirón después de follarsela fatal, quiere impresionarla y el muy capullo se va a ahogar...

Mariano ya tiene los dos pies en el agua. Está completamente aterrado y su rostro lo disimula bastante mal. Está pasando también un verdadero mal rato. Además, no ve que hay un claro escalón al lado mismo de la orilla y, perdiendo pie aparatosamente, cae en él sumergiendose del todo. Se rehace del susto sin dignidad alguna, chillando como una rata, braceando como un niño asustado y tratando de salir del oceano como si estuviese escapando del Titanic, pero cuando consigue encaramarse de mala manera para salir y logra sacar su cuerpo del agua dejando su cintura al descubierto descubre algo terrorífico: Su Pene ha desaparecido. Parece que no tiene polla y sus huevos se han quedado como los de una pantera; fríos, pequeños y pegados al culo.
Mariano se siente muy avergonzado, por lo que, brúscamente, se gira de nuevo hacia el oceano negando a Inés el privilegio de la contemplación de su aparato reproductor. De esa guisa, empieza a andar por el agua, como dando un despreocupado paseo, de espaldas a Inés, alejándose de ella e intentando, por medio de algún tipo de auto control, lograr que su pene recobre al menos un aspecto no demasiado ridículo.

Inés no sabe como hacerle ver que da igual. Que el tamaño no importa. Que lo único importante es que se abrigue rápido para irse de ahí, pero él, hombre salvaje, ha emprendido ya un absurdo camino que le lleva a alejarse más y más de Inés hacia el otro extremo de la playa. En su andar, Mariano finge que juega con la arena, que contempla el bello espectáculo del temporal, así hasta que, ya con descarados tocamientos de por medio, logra dar a su pene un tamaño que él considera decente. Se da la vuelta orgulloso y repara en que Inés le ha dejado la ropa en la orilla pillada con una piedra y se ha retirado a esperarle dentro del coche. Mariano no se viene abajo, piensa que la tiene impresionada y ya se ve a si mismo poseyéndola como lo haría un salvaje en cuanto lleguen al hotel...

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